Otro de nuestros cuentos de cajas de cartón por Josep Maria Serra
Valeria se levanta muy contenta. Se restriega sus grandes ojos que parecen permanentemente sorprendidos por lo mucho que los abre. Es domingo y ha convencido a sus padres para que la lleven a la vecina Ciudad Cartón. En las colonias que organizó su colegio las últimas vacaciones conoció una niña que vive allí y se hicieron muy amigas. Se llama Margarita y hace tiempo que le insiste para que vaya un día a su casa. Y ese día al fin ha llegado.
Valeria no las tiene todas consigo. En su colegio todos los niños hablan pestes de Ciudad Cartón. ¡Cómo pueden vivir sin plásticos! exclaman. ¡Qué pobres son en Ciudad Cartón! Cada vez que va al supermercado con sus padres a comprar y ve todas las estanterías repletas de productos maravillosamente envasados en cajas de plástico de colores, piensa en cómo será un súper de Ciudad Cartón. Se lo imagina oscuro, sin colores, con cajas de cartón grasientas, con productos caídos por el suelo.
Y lo mismo le ocurre en colegio. Con lo bien que se guardan los lápices en sus plumieres de plástico, y lo chulas que son sus mochilas plastificadas. Valeria mira a su alrededor y mientras contempla los muebles de plástico de colores de su habitación sonríe. A la llamada de su madre baja a la cocina a desayunar. Vierte el chocolate en la leche que su madre les sirve en una taza de plástico verde, y se come el sandwich sobre un plato de mismo color y material que la taza. Saca una maravillosa y brillante manzana de su envase transparente y se la come relamiéndose los labios. “No sé por qué dicen que las manzanas huelen si no lo hacen”, piensa acercándosela a la nariz. Le encanta todo lo que le rodea. Le encanta vivir rodeada de plástico.
Su padre las apremia, porqué si quieren llegar a las 12, han de salir ya. Ciudad Cartón está a unas dos horas de viaje en coche. Al contrario que ella, su padre está de mal humor. No le gusta ir a Ciudad Cartón porqué no puede entrar a la ciudad con su fantástico coche de gasolina de 120 caballos. Le obligan a dejarlo en un aparcamiento en la entrada y allí coger un transporte público eléctrico. Por este motivo tan solo ha ido a Ciudad Cartón dos o tres veces en su vida, y siempre obligado por su trabajo.
Mientras dejan atrás Ciudad Plástico, Margarita mira a su alrededor. Montañas de plásticos bordean la carretera a derecha e izquierda a lo largo de kilómetros. No se ven ni los árboles. Está tan acostumbrada a contemplar este panorama que Margarita no le da importancia. Cuando ya se han alejado bastante, las montañas de plástico empiezan a disminuir y poco a poco empiezan a estar rodeados por bosques. Bosques que ya no los abandonan hasta que llegan a Ciudad Cartón.
Valeria esperaba encontrar montañas de cartón desde kilómetros antes de llegar, pero no es así. A la entrada, unos grandes letreros advierten que no se puede acceder a la ciudad en vehículo de combustión. Tan solo pueden entrar los vehículos eléctricos o de tracción humana o animal. Cuando baja del coche, Valeria se queda asombrada por el silencio. En su ciudad siempre se oye un rumor de los coches que circulan día y noche, pero aquí se oyen los pájaros y las cigarras.
¡Valeria! Oye que alguien grita y corre en su dirección. Es Margarita. Su pelo rubio se balancea con el aire que provoca al correr. Ha ido a buscarles con su madre en un coche eléctrico fantástico. Se abrazan con gran alegría, mientras sus padres saludan a la niña y a la madre de Margarita que llega sonriendo.
De camino a casa, las niñas no paran de hablar y de contarse cosas. Valeria mira de reojo a la calle esperando ver a ciudad sucia y pobre que se había imaginado que sería Ciudad Cartón, y no la ve por ningún lado. Al cabo de un rato, la madre de Margarita les dice que va a parar porqué ha de comprar unas cosas en la tienda. Resulta que la ciudad está llena de tiendas, de alimentación y de otros productos. Las hay por todas partes. ¿No vais al súper? Le pregunta Valeria a Margarita. ¿Al qué?, le contesta con cara extrañada. Resulta que en Ciudad Cartón no hay grandes supermercados, ni centros comerciales a los que hay que ir en coche. El comercio está por todas partes y se puede ir andando a comprar lo que sea.
Entran todos en la tienda y, mientras la madre de Margarita, busca lo que necesita, Valeria da una vuelta y, sorprendida, lo ve todo bien ordenado. Cajas de cartón preciosas contienen la fruta que hay que elegir y colocar en unas bolsas de papel. También ve productos como carne, arroz, salsas, lácteos, chocolate o cereales, protegidos por envoltorios de un material que no conoce y que Margarita le comenta que es un material reciclable. Cuando salen de la tienda la madre de Margarita le da a Valeria una manzana. Ella la mira con mala cara porqué no la ve brillar. La muerde y se le ponen los ojos redondos. “¡Qué buena!”, exclama. Margarita ríe.
En Ciudad Cartón no hay casas unifamiliares como en Ciudad Plástico. Aquí hay edificios y la gente vive en pisos. Pero Valeria alucina porqué todos los edificios que le rodean están construidos mediante módulos y cada uno de los módulos es de un color distinto. Son como cajas, colocadas una encima de la otra en un orden desordenado. Desde la calle es un auténtico espectáculo de formas y colores. “En el verde manzana vivimos nosotros” le dice Margarita señalando un edificio de cuatro alturas. Arriba a la derecha hay un módulo de color verde precioso con ventanas y balcones. Valeria ya no sabe qué cara poner, va de sorpresa en sorpresa. Se pensaba encontrar una ciudad fea y sucia y está en un lugar fantástico y sorprendente, en el que no hay ruido y en la calle huele bien.
“Podemos ir a la piscina”, propone Margarita. “¿A la piscina?”, responde Valeria que no entiende cómo puede haber una piscina en un piso. “Sí, sí, en el interior de todas las manzanas tenemos una piscina y un jardín”. Las niñas se ponen los bañadores y bajan. Hace calor y remojarse apetece mucho. La piscina está llena de niños. Al cabo de un rato oyen a la madre de Margarita que las llama desde la terraza.
La mesa les está esperando. El padre de Margarita es buen cocinero y les ha preparado un surtido de vegetales a la brasa y un pollo guisado. Todo está muy bueno. Los padres de Valeria han traído un pastel de postre. Las niñas comen rápido. “¿Podemos salir a dar un paseo y así le enseño a Valeria el barrio?”, dice Margarita. “Por mi no hay problema, pero volved antes de la seis que es la hora que nos tenemos que marchar”, les dice el padre de Valeria.
A Valeria le fascinan las paradas del transporte público. Parecen construidas con tubos. Margarita, que no deja de observarla, le dice “¿te gustan? Son de tubos de cartón pintados. ¿A que son bonitas?”. Mientras anda, Margarita no deja de hablarle. “Mira, aquella es la tienda donde compramos las cosas para el cole, y aquella es donde mis padres encuentran las cosas para hacer arreglos en casa, y aquella otra está llena de herramientas para cocinar…”. “¡Qué buen olor que hace!”, se exclama Valeria. “Es que allí está la panadería y como cuecen el pan con leña, según hacia donde gire el viento el olor de pan recién hecho llena toda la calle”, le explica Margarita. “Pero si hoy es domingo, ¿cómo es que está abierto?”, pregunta. “Porqué en Ciudad Cartón los hornos de pan que hay se turnan para que los domingos haya siempre uno abierto en cada barrio y así siempre podemos comer pan recién hecho”. Poco a poco la capacidad de sorprenderse va abandonando a Valeria.
Llegan a lo que parece un polideportivo y Margarita la invita a entrar. Dentro está lleno de niños y niñas practicando deporte. La gran nave está dividida en diversas canchas y en cada una de ella se practica un deporte distinto. Fútbol, baloncesto, badminton, balonvolea. “¿Quieres jugar a algo?, le pregunta Margarita. “Me encanta este lugar, ¿siempre está tan lleno?”, contesta Valeria. “Normalmente lo está más -le responde Margarita riendo-, en Ciudad Cartón somos muy deportistas”.
Se les acerca corriendo un niño rubio y muy simpático. “Hola Margarita, ¿te apuntas a un partido?” le dice. “No, es que estoy con una amiga”, “pues que se apunte ella también”. Valeria les mira a los dos y les dice que no sabe jugar a balonvolea, que lo siente. “No te preocupes –le dice Margarita- y además se está haciendo tarde y tendríamos que regresar a casa”. Por el camino de regreso hablan del colegio, de lo que hacen. Y se dan cuenta que viven a dos horas de camino pero que parece que vivan en dos mundos distintos. Aunque tienen la misma edad no estudian lo mismo. Esto está claro. Valeria estudia álgebra, ortografía, historia…, mientras que Margarita estudia además cosas como ecología, supervivencia, biología, cocina…
Llegan a casa poco antes de la seis y se van a la habitación de Margarita. Margarita le enseña los dibujos que hace. Juegan un rato con la consola.
“Valeria, prepárate que nos hemos de ir”, oyen que grita el padre de Valeria. Se les ha pasado la tarde volando. Ambas se miran y se abrazan. Se lo han pasado muy bien y no quieren separarse.
En el viaje de regreso a Ciudad Plástico, Valeria está muy callada. Oye a sus padres criticar todo lo que han visto en Ciudad Cartón. Cada vez está más enfadada. Cuando ya están a punto de llegar a su casa ya no puede más y estalla y grita: “!Quiero que vayamos a vivir a Ciudad Cartón!”.